Caperucita
Roja
Había una
vez una niña llamada caperucita roja, ya que su abuelita le regalo una caperuza
roja. Un día la mama de caperucita la mando a casa de su abuelita, que estaba
enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces. Su
mama le dijo ¡No te apartes del camino! Ya que en el bosque hay
lobos.
Caperucita iba cantando, por el camino que su mama le había
dicho, y de repente se encontró con el lobo y le dijo: Caperucita caperucita ¿A
dónde vas? A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolates y dulces, vamos
hacer una carrera, dijo el lobo, te dejare el camino más corto, y yo el más
largo para darte ventaja. Caperucita acepto, pero ella no sabía que el lobo la había
engañado. Y el lobo llego antes y se comió a la abuelita.
Cuando caperucita llego, llamo a la puerta ¿Quién es?,
dijo el lobo vestido de abuelita. Soy yo dijo caperucita, pasa pasa nietecita.
Abuelita que ojos más grandes tienes, dijo caperucita extrañada, son para verte mejor,
abuelita abuelita, que orejas tan grandes tienes, son para oírte mejor, abuelita
que nariz tan grande tienes, es para olerte mejor, y que boca tan grande
tienes, es para comerte mejor!!!!!
Caperucita empezó a correr por la habitación, y el lobo
tras ella, pasaban por allí unos cazadores y al oír los gritos se acercaron con
sus escopetas, al ver al lobo le dispararon y sacaron a la abuelita de la
barriga del lobo. Así que caperucita después de este susto no volvió a desobedecer
a su mama. Y colorín colorado este cuento ha terminado.
Fin
Entretanto, el niño recibía tanta comida que, aunque había pasado
siempre mucha hambre, no podía terminar todo lo que le llevaba. Como la bruja
no veía más allá de su nariz, cuando se acercaba a la jaula de Hansel le pedía
que sacara un dedo para saber si estaba engordando. Hansel ya se había dado
cuenta de que la mujer estaba casi ciega, así que todos los días le extendía un
huesito de pollo. "Todavía estás muy flaco -decía entonces la vieja-.
¡Esperaré unos días más!". Por fin, cansada de aguardar a que Hansel
engordara, decidió atarlo al carro de cualquier manera. Los niños comprendieron
que había llegado el momento de escapar. Como era día de amasar pan, la bruja
había ordenado a Gretel que calentara bien el horno. Pero la niña había oído en
su casa que las brujas se convierten en polvo cuando aspiran humo de tilo, de
modo que preparó un gran fuego con esa madera. "Yo nunca he calentado un
horno -dijo entonces a la bruja-. ¿Por que no miras el fuego y me dices si está
bien?". "¡Sal de ahí, pedazo de tonta! -chilló la mujer-. ¡Yo misma
lo vigilaré!". Y abrió la puerta de hierro para mirar. En ese instante
salió una bocanada de humo y la bruja se deshizo. Solo quedaron un puñado de
polvo y un manojo de llaves. Gretel recogió las llaves y corrió a liberar a su
hermanito. Antes de huir de la casa, los dos niños buscaron comida para el
viaje. Pero, cual sería su sorpresa cuando encontraron montones de cofres con
oro y piedras preciosas! Recogieron todo lo que pudieron y huyeron rápidamente.
Allá a lo lejos, en una choza próxima al bosque
vivía un leñador con su esposa y sus dos hijos: Hansel y Gretel. El hombre era
muy pobre. Tanto, que aún en las épocas en que ganaba más dinero apenas si
alcanzaba para comer. Pero un buen día no les quedó ni una moneda para comprar
comida ni un poquito de harina para hacer pan. "Nuestros hijos morirán de
hambre", se lamentó el pobre esa noche. "Solo hay un remedio -dijo la
mamá llorando-. Tenemos que dejarlos en el bosque, cerca del palacio del rey.
Alguna persona de la corte los recogerá y cuidará". Hansel y Gretel, que
no se habían podido dormir de hambre, oyeron la conversación. Gretel se echó a
llorar, pero Hansel la consoló así: "No temas. Tengo un plan para
encontrar el camino de regreso. Prefiero pasar hambre aquí a vivir con lujos
entre desconocidos". Al día siguiente la mamá los despertó temprano.
"Tenemos que ir al bosque a buscar frutas y huevos -les dijo-; de lo
contrario, no tendremos que comer". Hansel, que había encontrado un trozo
de pan duro en un rincón, se quedó un poco atrás para ir sembrando trocitos por
el camino.
Cuando llegaron a un claro próximo al palacio, la mamá les pidió a los
niños que descansaran mientras ella y su esposo buscaban algo para comer. Los
muchachitos no tardaron en quedarse dormidos, pues habían madrugado y caminado
mucho, y aprovechando eso, sus padres los dejaron. Los pobres niños estaban tan
cansados y débiles que durmieron sin parar hasta el día siguiente, mientras los
ángeles de la guarda velaban su sueño. Al despertar, lo primero que hizo Hansel
fue buscar los trozos de pan para recorrer el camino de regreso; pero no pudo
encontrar ni uno: los pájaros se los habían comido. Tanto buscar y buscar se
fueron alejando del claro, y por fin comprendieron que estaban perdidos del
todo. Anduvieron y anduvieron hasta que llegaron a otro claro. ¿A que no sabéis
que vieron allí? Pues una casita toda hecha de galletitas y caramelos. Los
pobres chicos, que estaban muertos de hambre, corrieron a arrancar trozos de
cerca y de persianas, pero en ese momento apareció una anciana.
Con una sonrisa muy amable los invitó a pasar y les ofreció una
espléndida comida. Hansel y Gretel comieron hasta hartarse. Luego la viejecita
les preparó la cama y los arropó cariñosamente. Pero esa anciana que parecía
tan buena era una bruja que quería hacerlos trabajar. Gretel tenía que cocinar
y hacer toda la limpieza. Para Hansel la bruja tenía otros planes: ¡quería que
tirara de su carro! Pero el niño estaba demasiado flaco y debilucho para
semejante tarea, así que decidió encerrarlo en una jaula hasta que engordara.
¡Gretel no podía escapar y dejar a su hermanito encerrado!
Tras mucho andar llegaron a un enorme lago y se sentaron tristes junto
al agua, mirando la otra orilla. ¡Estaba tan lejos! “¿Queréis que os cruce?”,
preguntó de pronto una voz entre los juncos. Era un enorme cisne blanco, que en
un santiamén los dejó en la otra orilla. ¿Y adivinen quien estaba cortando leña
justamente en ese lugar? ¡El papá de los chicos! Sí, el papá que lloró de
alegría al verlos sanos y salvos. Después de los abrazos y los besos, Hansel y
Gretel le mostraron las riquezas que traían, y tras agradecer al cisne su
oportuna ayuda, corrieron todos a reunirse con la mamá.
FIN
Érase una vez un viejo molinero que tenía tres
hijos. Acercándose la hora de su muerte hizo llamar a sus tres hijos.
"Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de morirme". Al
mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó
lo último que le quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia,
el más pequeo cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y
ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo
la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las
bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese
momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se
metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo
quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia
palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués
Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de
su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas
se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo
podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo
no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder,
así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río."
Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se acercaban
el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga!
¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que
pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el
marqués y se subió a la carroza. El gato con botas, adelantándose siempre a las
cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al
rey que las campos eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi
amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y
decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los
poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es
verdad." El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y
¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso
era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que
no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón,
¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se
diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En ese instante
sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo!
Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del
marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó
y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron
perdices.
FIN
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